Por Facundo Milman
“Es tanta la desesperación que siente que le entran ganas de llorar. Más grita el otro y él menos sabe qué hacer. ¿Llorar es de mujeres? ¿Llorar es de maricón?”
Martín Kohan en “Muero contento”
Llanto. Yo lloro. Él llora. Ella llora. El llanto tiene una larga tradición, y tradición en su sentido más actual -la tradición pertenece al orden lo contemporáneo y no al orden de lo conservador-, en la historia. El llanto conforma una práctica. Una práctica en la cotidianeidad. Es conocida y verificada. Si bien lloramos para desahogarnos y continuar; para expulsar y progresar; para reconocer la angustia que tenemos adherida en nosotros y avanzar también tiene otras funciones, pero me gustaría detenerme en tratar de vislumbrar una función específica del llanto. Estoy hablando de que el llanto aparece como una técnica y, en precisión, una técnica de la mística judía. Pero con el objetivo de utilizar el llanto con otros fines: fines que nos permiten conectar, reconectar y volver a la raíz.
En la mística judía hay varios tipos de llantos, pero todos tienen un fin en común: traer revelaciones. Traer lo oculto, una verdad y lo no-leído antes de tiempo. Escuchar una voz en una lejanía que nos acontece, una voz en presente. La voz que en su retirada nos dice interpreten mis signos, interpreten el camino para llegar a la verdad, y el místico, como tal, lo realiza. Lee esos signos, lee esas huellas (divinas) en la realidad y ejecuta como el lector, como el psicoanalista y como el crítico literario una lectura de la realidad circundante. Es decir, el llanto en la mística judía está orientado al tiempo y, en su expectativa, en un tiempo próximo. Según algunos rabinos y cabalistas, el llanto y el arrepentimiento traerían al Mesías, es decir, conectaría al futuro con el presente. Mediante el llorar podemos traer lo inefable, lo inexpresable, hasta nuestros días. El llanto es nuestro deseo, pero por otros medios.
Entonces tenemos una técnica, el llanto, para traer esta verdad. Vamos a mencionar algunas formas de esa técnica, algunos tipos de llantos, para traer esta revelación a la realidad en presente. La primera es el llanto místico. Consiste en llorar para tener visiones de un futuro próximo, limitado y por delante. Pero este llanto no es tan simple: es un esfuerzo. Llorando se hacen fuerzas, llorando se trae una verdad, llorando vienen las visiones. Las lágrimas que nunca son, pero siempre están viniendo porque son lágrimas voluntarias. El llanto místico se trae con un esfuerzo y sus lágrimas son voluntarias, pero irrumpe. El sentimiento de misterio sigue estando allí. El llanto místico es un llanto a futuro, pero en un futuro próximo. Las lágrimas son el fin último, las lágrimas son el fin y la clave, las lágrimas son el elemento para revelar, para traer verdades y un nuevo estado trascendental. Una consciencia paranormal en el sujeto que pueda utilizar esta técnica. La voluntad todo no lo puede y preservar el misterio es un desafío para la humanidad.
En segundo lugar, tenemos otro tipo de llanto, el llanto teúrgico. La teúrgia se ubica en el campo entre la religión y la magia. El llanto teúrgico es produce lágrimas en la humanidad, pero tiene un fin más elevado: el llanto, el llanto esencial, ya no reside en la humanidad, sino más bien en lo Alto. Un llanto divino. Se trae desde la propia magia, desde la limitación hacia el más allá. Un llanto ubicado en la actualidad, en el ahora, para hacer un salto como un tigre que se desplaza a través del tiempo. Entonces podemos sostener que el llanto teúrgico es el llanto del puro acontecimiento, el llanto del Acto, para lograr un milagro: el milagro divino. Un llanto que se ubica en la divinidad es un llanto desplazado de la propia humanidad: un llanto que aparece en Dios, en los ángeles y los seres más allá de la humanidad. El llanto de Dios aparece como una opción para el Señor del Universo como método para acercarse no al hombre, sino más bien a los corazones rotos de los hombres por una pérdida y una falta.
Y llegamos al final de los llantos místicos, el llanto apocalíptico. Este quizás es el llanto más relacionado con lo judío propiamente dicho, con la cuestión judía, ya que el apocalipsis trae al Mesías. Son sus dolores de parto. La destrucción trae la revelación y un nuevo mundo: en el hecho de destruir un mundo, el nuestro, residen las fuerzas mesiánicas del destino. El teórico anarquista Mijaíl Bakunin ha escrito: “la fuerza de la destrucción es una fuerza creadora”. Jacob Frank, un falso mesías, ya lo había puesto en el centro de su utopía cien años antes: el poder redentor de la destrucción. Un destino que se corta, un destino que empieza a trascender sus propios límites y un destino que desgarra su naturaleza, su catástrofe. El llanto apocalíptico se ubica allí, es decir, durante la catástrofe, durante el desgarramiento de los cielos y durante su revolución. El llanto apocalíptico aparece como respuesta de la desolación, del sentimiento de desesperación, cuando todo empieza a mermar. Se cae el mundo que construimos, se rompen las estructuras sociales y se fragmenta un lenguaje, el lenguaje humano. Todo se rompe, todo se resquebraja y todo se fragmenta, pero luego de tanto dolor y sufrimiento llega lo sublime, llega la consolación divina. Emerge un milagro de la pulverización, su reclamo por una verdad es recibido y aparece frente a nosotros. La aparición no es otra que la verdad. Una verdad se hace en presente, una verdad se devela y una verdad se revela. Después del sufrimiento, del dolor y de la pérdida está lo añorado, la falta que nos determina.
En una posible comparación de los tres llantos y resumiéndolos: el primero es un esfuerzo por ver, el segundo es un afán por provocar y el tercero es una insistencia por sentir el nuevo mundo. Los tres tienen una lectura en común, el deseo. El llanto, en estos tres órdenes, aparece como el deseo por el cual se lucha, se vive y se discute. Las lágrimas son el vehículo del deseo realizable en un futuro próximo, en un presente actual y en un futuro lejano. El deseo que reaparece en el llanto habita en el tiempo porque ese es su precio para acceder a la universalidad, habitar en el tiempo. ¿Llegará un momento en que la lágrima se agote?
El deseo que aparece en las lágrimas, en el recorrido del rostro, también fundamenta una expresión: la alternativa de nuestra impotencia de decir. Tratar de deshacer nuestra palabra para habitar el silencio en armonía con lo infinito. La posibilidad de no-decir es llorar. Entonces la fuente de nuestro llorisqueo, nuestras lágrimas, es lo inefable. El lugar donde residen nuestros fantasmas, nuestras tinieblas y nuestros ángeles. Lo inefable sería el lugar donde no sólo están estas fantasmagorías y seres divinos, sino también donde se vence al sujeto del habla para hacerlo un sujeto de puro-deseo, un sujeto más allá del lenguaje es un sujeto que somos, pero, al mismo tiempo, desconocemos. Somos y no somos; creemos y no creemos; habitamos y no habitamos. No un lugar de certezas, sino un lugar de desconocimiento. Un lugar no de episteme ni de doxa: un lugar de no-saber. Habitar el silencio y tratar de leerlo. Leer lo desconocido para sorprendernos. Los efectos de la lectura, de la lágrima y del deseo no es otro que el del asombro y la sorpresa, la posibilidad de sentir.
Si algo podemos aprender de la mística judía y esta técnica en particular es la posibilidad de llorar para habitar otros espacios, otros momentos y otros lugares, habitar el fuera de lugar. Una posibilidad para el ser-fuera-de-lugar y un ser-por-fuera-del-lenguaje. El llanto aparece como deseo irrealizable en su realización durante su ejecución y, en las circunstancias actuales que vivimos, una nueva puerta se abre. El llorar en la pandemia para ver lo oculto. Ver lo negado, en esta pandemia, para ver la luz e iluminación de un pasado sobrescrito y un futuro con el que todavía podemos añorar, Observar, ver y escrutar la alternativa en la catástrofe no es otra que el rostro humano. Poder escrutar al otro como alternativa de lo divino en lo profano, de lo santo en lo mundano y de la reconciliación con la otredad circundante de no observar, de no estar y de no ser. Un reconocimiento para/con el otro es eso, mirarlo, verlo y observarlo a los ojos. Un alma que todavía nos permite rescatar la mística de nuestra humanidad: ver más allá del otro.
Así cierne lo divino desde la mirada, desde las lágrimas y desde el llanto. Observar un nuevo amanecer para rescatarnos del desfallecimiento, de la caída y del abismo. Ya caminamos suficiente sobre este volcán en erupción. Quizás ya sea hora de mirarnos a los ojos y no subestimarnos, sino valorarnos y ser humanos, eternamente humanos.
Facundo Milman
Estudiante de Letras (UBA). Integrante de la Cátedra Libre de Estudios Judíos: Moses Mendelssohn (UBA). Lector compulsivo de Walter Benjamin y Gershom Scholem.