QAnon: la teoría conspirativa que tomó el Capitolio

Estados Unidos recibió una dura lección sobre cómo las teorías conspirativas tienen un impacto real fuera de foros anónimos: si bien los conspiracionistas son popularmente pensados como “locos marginales de redes sociales”, los partidarios de la teoría QAnon se encontraban entre las personas en la primera línea del asalto al Capitolio que tuvo lugar el 6 de enero pasado en Washington DC. Para comprender en qué creen quienes creen en QAnon, se comenzará explicando algunas nociones básicas acerca de las teorías conspirativas en general para poder luego analizar ésta en particular.

Una cuestión de fe

Las teorías conspirativas pueden definirse básicamente como explicaciones ultra simplificadas de eventos o situaciones complejas y caóticas a partir de la identificación de un complot de grupos siniestros y poderosos, generalmente con motivaciones oscuras y contrarias al interés nacional, al mismo tiempo que se rechaza toda evidencia contraria y otras explicaciones mucho más probables y racionales. Todas las teorías de la conspiración apuntan a un grupo específico al que se acusa de estar conspirando para engañar o dañar a la sociedad: el gobierno, los judíos, las compañías farmacéuticas, Hollywood, el deep state, etc., pero al mismo tiempo también señalan a otro conjunto de personas, los creyentes, los que “descubrieron” la conspiración (en la jerga conspirativa, los redpilled, los que tomaron la pastilla roja y “despertaron”) y están tratando activamente de exponerla. El deep state refiere aquí a la idea de que dentro del sistema político americano hay un “Estado profundo”, un gobierno oculto dentro del gobierno “oficial” que es el que verdaderamente gobierna el país. Este concepto será central en QAnon.

El mayor problema de las teorías conspirativas es que son prácticamente irrefutables dado que se refuerzan con un razonamiento circular: las pruebas que muestran lo contrario a lo que se afirma, incluso la ausencia total de pruebas que respalden la conspiración, no producen ningún efecto sobre los creyentes porque todo siempre puede explicarse en los términos de la teoría. Por ejemplo, la falta de pruebas sobre un complot judío mundial, o cualquier prueba positiva contra su existencia, es tomada como evidencia de la astucia de los judíos, una confirmación de su capacidad para ocultar sus malvados planes y engañar a la gente con pistas falsas. Es por esto que podría decirse que las conspiraciones son una cuestión de fe en lugar de ideas que pueden ser refutadas racionalmente.

¿Pero por qué son tan populares? ¿por qué resultan tan atractivas? por varios motivos:

  1. Simplifican eventos complejos, ayudan a darle orden a acontecimientos de una manera sencilla y a explicar lo que las instituciones (el gobierno, la ciencia, etc.) no pueden. Muchos fenómenos sumamente difíciles de explicar se convierten a través de estas teorías en algo sencillo y manejable.
  2. Dividen al mundo en buenos y malos perfectamente identificables. Se rastrea todo el mal hasta una sola fuente: los conspiradores y sus agentes, y por oposición, los que “descubren” y denuncian esta conspiración, cobran un rol casi heroico, dado que son los que vienen a salvar al mundo de la mentira y el engaño y a iluminar a los demás.
  3. Dada esta división, las teorías conspirativas les proporcionan a las personas que creen en ellas un sentimiento de superioridad: los conspiracionistas se piensan a sí mismos como sujetos que ven conexiones que otros no ven, lo que los separa de las masas que creen en el relato oficial.
  4. Brindan un sentido de pertenencia: a un supremacista blanco, el creer que los judíos controlan el mundo lo agrupa junto a otros supremacistas blancos con los que puede encontrarse online y compartir sus retorcidas ideas. Por esto es que las conspiraciones pueden también promover la violencia: en su libro “Suspicious Minds: Why We Believe Conspiracy Theories” Rob Brotherton afirma que éstas son un componente fundamental de una amplia gama de grupos extremistas, donde usualmente desempeñan un papel importante en el refuerzo de la ideología y la psicología de sus miembros, así como en la radicalización de sus creencias. Este es el caso de los creyentes de QAnon, que en su inmensa mayoría son militantes de extrema derecha, neonazis y supremacistas blancos.

Q sent me

Jake Angeli, uno de los fanáticos de Trump que irrumpió en el capitolio el 6 de enero, participaba activamente de protestas a las que asistía con un cartel con la leyenda “Q me envió” y repetía consignas relacionadas a la conspiración a los asistentes (YouTube).

Jake Angeli, uno de los fanáticos de Trump que irrumpió en el capitolio el 6 de enero, participaba activamente de protestas a las que asistía con un cartel con la leyenda “Q me envió” y repetía consignas relacionadas a la conspiración a los asistentes (YouTube).

QAnon es una teoría conspirativa que gira alrededor de la idea de que el presidente americano Donald Trump está librando una guerra secreta contra el deep state, un grupo compuesto por élites de la política, las finanzas, los medios de comunicación y la industria del entretenimiento que practican la pedofilia, el satanismo y el sacrificio humano, controlan el gobierno y son responsables de todo el mal en el mundo. Los partidarios de esta teoría creen que Trump es la única esperanza que tiene el mundo para derrotar a esta camarilla y que por eso quieren derrocarlo a toda costa.

Esta teoría nació en 2017 en el foro 4chan, famoso por su contenido de ultraderecha: un usuario anónimo llamado “Q Clearance Patriot” (Patriota con Permiso Q) publicó un posteo titulado “Calm Before the Storm” (Calma Antes de la Tormenta), una referencia a una frase utilizada por Trump después de una reunión con líderes militares americanos. En ese entonces, cuando se le preguntó al presidente qué quería decir con eso, respondió misteriosamente “ya lo verán”. La “tormenta” se convertiría entonces en un símbolo de la teoría QAnon (cuyo nombre refiere al mencionado usuario Q Anónimo) con el que se describe un evento inminente en el que miles de presuntos sospechosos de pedofilia y satanismo serían arrestados, encarcelados y hasta ejecutados. El nombre de usuario del autor del posteo buscaba sugerir que tenía autorización Q, un permiso de seguridad del Departamento de Energía de los Estados Unidos requerido para acceder a información ultrasecreta sobre armas y materiales nucleares. Poco después, se comenzó a desarrollar una comunidad online en torno a la interpretación y el análisis de publicaciones atribuidas a Q. También en 2017, moderadores de 4chan y youtubers trabajaron juntos para difundir QAnon a una audiencia más amplia y crearon una comunidad de Reddit al respecto que si bien fue cerrada por el sitio en marzo de 2018 no impidió su extensión a otras redes sociales, como Twitter, YouTube, 8chan (cerrada en agosto de 2019 dado que allí se organizaban eventos violentos como el tiroteo de El Paso), Endchan y 8kun.

La premisa básica de QAnon es la siguiente: “Q” sería un miembro del gobierno de alto nivel cercano al presidente que tiene pruebas de que las élites mundiales, que van desde políticos demócratas como los Clinton y los Obama hasta millonarios como George Soros, lideran una red secreta de pedofilia y satanismo. En este marco, Trump y sus aliados militares estarían trabajando en secreto para desenmascararlos y asegurarse de que sean juzgados por sus crímenes. Los enemigos de QAnon, aquellos que se señalan como parte del deep state, son, en casi todos los casos, los enemigos del propio Trump.

QAnon es una suerte de secuela con mayor presupuesto de Pizzagate, otra teoría conspirativa construida alrededor de buscar mensajes secretos en correos electrónicos filtrados de la cuenta personal de quien era director de campaña de Hillary Clinton en 2016, John Podesta. Esto se sumaba a que, en ese mismo año, una cuenta de Twitter ligada al supremacismo blanco que decía estar administrada por un abogado de Nueva York afirmó falsamente que la policía de esa ciudad había descubierto una red de pedofilia vinculada a miembros del Partido Demócrata revisando correos electrónicos del exdiputado Anthony Weiner.

Los creyentes de Pizzagate decían que en los correos había palabras en código para referirse a la pedofilia y trata de personas: en 4chan se llegó a la conclusión de que la frase “pizza de queso” en los correos de Clinton era un código secreto para la pornografía infantil y hasta se identificó el sótano de Comet Ping Pong, una pizzería en Washington DC, como el centro principal de actividad de tráfico de niños. El alcance de la teoría fue tal que un hombre llamado Edgar Maddison Welch condujo desde Carolina del Norte hasta DC, se metió en la pizzería y abrió fuego, creyendo que estaba salvando niños. Al final resultó que no había ningún sótano en el restaurante.

Aunque la conspiración de Pizzagate se debilitó con el tiempo, la cultura troll de los foros anónimos de Internet (conocida como la “chan culture”) en los que había surgido produjo su segunda parte, QAnon, donde la batalla contra las élites satánicas que abusan de niños continúa, pero esta vez con un héroe salvador: Donald Trump.

QAnon, que algunos ya califican como una religión, no ha parado de extenderse: entre marzo y junio de 2020, los posteos relacionados se multiplicaron en Facebook, Instagram y Twitter casi un 175%, 77,1% y 63,7%, respectivamente. La pandemia de COVID-19 ha jugado un papel clave en su popularización dado que actuó de alguna manera como conexión entre ésta y otras conspiraciones sobre vacunas, tecnología móvil 5G y antisemitismo. Para muchos seguidores de QAnon, el coronavirus es un plan deliberado de los judíos, los chinos y/o el deep state para reducir la libertad de las personas y controlarlas a través de vacunas y el 5G.

Pero además, en las elecciones de 2020 en Estados Unidos, decenas de candidatos al Congreso mostraron públicamente su apoyo a QAnon: una de ellas, Marjorie Taylor Greene, de Georgia, resultó electa, y el presidente Trump la felicitó públicamente. Greene incluso había realizado posteos antisemitas en sitios extremistas acusando al multimillonario George Soros y a la familia Rothschild de estar involucrados en la conspiración.

Captura de pantalla de un anuncio de la campaña de Marjorie Greene (YouTube).

Captura de pantalla de un anuncio de la campaña de Marjorie Greene (YouTube).

Otra de las razones que explican el crecimiento de QAnon es el descubrimiento de casos de pedófilos y abusadores de alto perfil como Harvey Weinstein y Jeffrey Epstein: el hecho de que ambos fuesen judíos y se codeasen con celebridades, políticos, magnates y hasta con la realeza mientras llevaban adelante sus crímenes sexuales (que en el caso del segundo se trataban nada más y nada menos que de tráfico y abuso de menores) no hizo más que confirmar, en las mentes de los pizzagatistas y qanonistas, que todas sus sospechas eran ciertas. De hecho, que Epstein se quitara la vida en la celda en la cual estaba detenido disparó todo tipo de teorías sobre que en realidad lo había matado el deep state para que no revelase nombres de otros pedófilos poderosos (la frase “Epstein didn’t kill himself” -Epstein no se suicidó- es un latiguillo común en el mundillo de la ultraderecha americana). Por supuesto, la idea de que estos casos de alguna manera validan las afirmaciones de QAnon o Pizzagate es absurda, pero el abuso de poder y la impunidad que los caracterizaron ayudan a explicar por qué han ganado tanta tracción en estos últimos años.

Las teorías conspirativas no son exclusivas de una ideología política, pero en el caso de QAnon, sus creyentes pertenecen abrumadoramente a la derecha, lo cual tiene sentido si se tiene en cuenta que perciben a Trump como un salvador. Una encuesta del Pew Research Center de septiembre de 2020 encontró que entre los encuestados que habían oído hablar de QAnon, 41% de los que se inclinaban por los republicanos creían que era algo bueno para el país, número que se reducía al 7% entre aquellos que apoyaban a los demócratas.

(Pew Research Center).

(Pew Research Center).

QAnon además ya cruzó las fronteras de los Estados Unidos y se extendió a Europa, especialmente a Alemania, donde hay grupos que adoptaron esta teoría para promover la creencia de que la Alemania moderna no es un Estado soberano, sino más bien una corporación creada por naciones aliadas después de la Segunda Guerra Mundial. Incluso circula en estos grupos la idea de que Trump debe dirigir un ejército para restaurar el Reich. En España, el partido de extrema derecha Vox publicó en su cuenta de Twitter que Biden era el candidato “preferido por los pedófilos” y un estudio publicado en The Guardian afirma que uno de cada cuatro británicos cree en QAnon.

El movimiento ha llegado además a Canadá y América Latina: en Argentina ya hay grupos relacionados específicamente a QAnon y conspiracionistas que han ganado popularidad durante el debate sobre el aborto, como Chinda Brandolino, tienen un discurso muy similar dado que afirman que un grupo de élites judías controla el mundo y busca erotizar a los niños y promover la homosexualidad. De hecho, el eslogan #ConMisHijosNoTeMetas que parte de la derecha latinoamericana utiliza para sugerir que los homosexuales y el feminismo quieren erotizar a los niños mediante la educación sexual, está inspirado en los hashtags #SaveTheChildren o #SaveOurChildren (salvemos a los/nuestros niños) utilizados por los partidarios de Pizzagate y QAnon.

En este marco, se toma dimensión de la gravedad e irresponsabilidad de la actitud del presidente Donald Trump después de las elecciones de noviembre pasado: una y otra vez afirmó falsamente que él es el legítimo ganador de los comicios (y por amplia diferencia), pero que el Partido Demócrata produjo un fraude a gran escala para arrebatárselas, algo que jamás pudo probar y fue desestimado hasta por la Corte Suprema de mayoría conservadora. El presidente no sólo legitimó la desconfianza que parte de su base de seguidores tiene respecto del establishment, sino que directamente acusó a las instituciones democráticas americanas de actuar contra la voluntad del pueblo y estar al servicio de intereses espurios. El mismo día en que se produjo la toma del Capitolio, Trump pronunció un discurso a pocas cuadras de allí ante una multitud enardecida de miles de seguidores en el que dijo que si el vicepresidente Mike Pence “hacía lo correcto” entonces ellos “ganarían las elecciones” (lo correcto aquí sería desconocer el resultado legítimo de los comicios), pero que en caso de que no lo hiciera, ellos mismos debían “detener el robo” que la “izquierda radical” estaba llevando a cabo mediante un “escandaloso fraude electoral”.

Así, las conspiraciones difundidas y creídas con vehemencia por los seguidores del movimiento QAnon se vieron reivindicadas: el presidente les estaba dando un reconocimiento con el que ellos no podrían haber ni soñado cuando comenzaron los posts de Q en 4chan, ni siquiera cuando el propio hijo de Trump, Eric, en un post de Instagram de julio de 2020 que luego eliminó publicitó un mitin de su padre en Oklahoma con una imagen de una gran “Q”. Ahora básicamente el mismismo presidente estaba confirmando todas sus sospechas: el deep state le había declarado la guerra y estaba haciendo lo posible para robarle las elecciones. Ni siquiera se podía confiar en el hasta una hora antes leal Mike Pence. Tenían que ir a hacerlo ellos mismos. En este marco, se comprende por qué muchos entraron al Capitolio para detener literalmente el conteo de electores que oficializaría la victoria de Joe Biden: si uno está convencido de que un grupo poderoso de pedófilos satánicos controla el país y que Donald Trump es el único que los está combatiendo y por eso buscan removerlo del poder, no quedaba otra alternativa que tomar el toro por las astas y defender al líder a como dé lugar. El presidente sabía que jugaba con fuego y sin embargo eligió echar nafta durante dos meses hasta que finalmente se produjo el evitable incendio. El saldo fue de 5 personas muertas, decenas de heridos, mobiliario público destruido y robado y la democracia americana herida de gravedad tanto institucional como simbólicamente: las escenas patéticas dieron la vuelta al mundo y Washington se convirtió en objeto de todo tipo de burlas, en especial por parte de sus principales enemigos. Al menos dos de las seguidoras de Trump que murieron durante el asalto, Rosanne Boyland y Ashli Babbitt, eran qanonistas convencidas.

Si bien la toma del Capitolio hizo que QAnon llegase a los principales medios del mundo, no es el primer incidente causado por sus creyentes: en junio de 2018, un hombre condujo un camión blindado lleno de armas hasta una represa en Nevada y cuando fue detenido dijo que estaba en una misión de QAnon para exigir que el Departamento de Justicia hiciera público un informe sobre del FBI sobre los correos electrónicos privados de Hillary Clinton. Asimismo, en marzo de 2019 un creyente de QAnon asesinó en Nueva York a un hombre a quien creía miembro del deep state. En diciembre de ese mismo año, una mujer fue arrestada en Colorado por intentar secuestrar a uno de sus hijos que había sido retirado de su custodia porque creía que el niño había sido cooptado por “adoradores malvados de Satanás” y “pedófilos”. En abril de 2020, una qanonista fue arrestada en Nueva York con varios cuchillos en su haber después de transmitir en vivo sus deseos de “eliminar” a Joe Biden. Y estos son solo algunos ejemplos. Frente a este panorama, cabe preguntarse: ¿cómo detectar el peligro antes de que sea demasiado tarde?

El canario en la mina de carbón

Se dice popularmente que los judíos son el canario en la mina de carbón. Esta metáfora se origina en los tiempos en que los mineros solían llevar canarios enjaulados mientras trabajaban: si había metano o monóxido de carbono en la mina, el canario moriría antes de que los niveles del gas alcanzaran los peligrosos para los humanos. De la misma forma, el odio a los judíos funciona como una advertencia de que el odio y el extremismo están creciendo en una sociedad: el antisemitismo es el primer síntoma de una enfermedad generalizada o en camino a generalizarse.

El odio a los judíos es fundamentalmente una teoría conspirativa, sino la madre de todas ellas: el centro del odio, el problema central con los judíos para el antisemita es que se los cree poseedores de una exagerada inteligencia, malicia, riqueza, poder e influencia y que utilizan todo esto para ejercer un control mundial. Por eso todas las teorías conspirativas tarde o temprano tienden hacia el antisemitismo y por eso resulta fundamental estudiar y entender la naturaleza del odio a los judíos no sólo para poder combatirlo, sino porque éste sirve como advertencia e inspiración de teorías conspirativas mayores. De hecho, los aspectos centrales de la teoría QAnon se desprenden del panfleto antisemita Los Protocolos de los Sabios de Sion: la creencia en que una pequeña elite mundial de millonarios y banqueros domina el mundo, elabora planes secretos maléficos a escondidas, persigue intereses contrarios a los nacionales y hasta realiza rituales de sacrificio de niños. Esto último, el libelo de sangre, es uno de los mitos antisemitas más antiguos y fueron también los temores al abuso infantil sistemático y clandestino los que le han dado forma. Asimismo, muchos de los creyentes de QAnon son abiertamente antisemitas y señalan a millonarios judíos como miembros centrales del deep state: en el mundo de las teorías conspirativas, mencionar a George Soros o a la familia Rotschild es un dog whistle para decir “judíos”. Sin ir más lejos, muchos de los extremistas que marcharon al Capitolio eran literalmente nazis.

Las teorías conspirativas ya no son un fenómeno de marginales de internet: son difundidas por celebrities y periodistas, desempeñan un papel importante en la radicalización de extremistas que terminan cometiendo crímenes que van desde secuestros a atentados terroristas, y personas que creen en ellas ganan elecciones no sólo a cargos locales menores sino al Congreso y hasta incluso a la presidencia de la principal potencia del mundo. En Argentina, ya aparecen en el mainstream de la televisión tanto en programas de “izquierda” como de “derecha” y hasta aterrizaron en la Cámara de Diputados durante el debate del aborto. Resultan atractivas para miles de personas porque ayudan a sus creyentes a encontrar significado en un mundo confuso: es más fácil pensar, por ejemplo, que el grupo pequeño de personas que controla el mundo provocó un atentado para invadir otros países que dedicar horas de estudio a los procesos y eventos geopolíticos sumamente complejos que llevaron a los eventos del 11 de septiembre.

Pero esto es lo que invariablemente hace que conduzcan a un callejón sin salida dado que no proporcionan ni contribuyen a proporcionar ninguna solución genuina a los problemas sociales, que son diversos y complejos, y no simples como hacen parecer estas teorías. Más bien producen lo contrario: esfuerzos, recursos y energías que podrían utilizarse en desarrollar, por ejemplo, vacunas, se malgastan en combatir los argumentos y mentiras de los antivacunas. De hecho, las teorías conspirativas son un obstáculo importante para las mejoras en la salud pública dado que las personas que creen en aquellas relacionadas con este área tienen menos probabilidades de seguir los consejos médicos y más de utilizar la medicina alternativa en su lugar, lo cual resulta en tasas de vacunación reducidas y en brotes de enfermedades prevenibles vía vacunación.

Pero por sobre todas las cosas, las teorías conspirativas, al girar alrededor de la idea de no confiar en “el relato oficial” y de afirmar que los gobiernos, los científicos, los médicos, los docentes y todas las autoridades ocultan la verdad y mienten porque en verdad sirven a intereses oscuros, erosionan profundamente la confianza ciudadana en las instituciones gubernamentales y sociales (de hecho, las personas expuestas a teorías de conspiración antigubernamentales son menos proclives a ir a votar que aquellas que no). Es por esto que tienen un impacto desestabilizador en la política y la sociedad y son una seria amenaza a la democracia: fomentan la discordia social, la desvinculación del proceso político normal y, a veces, como se vio en el Capitolio, la violencia. Al culpar convenientemente y sin prueba alguna a un grupo determinado de crisis y problemas sociales sistémicos y de gran alcance, las conspiraciones no sólo impiden debates honestos y soluciones realistas, sino que siempre tienen el potencial de convertir el odio a ese enemigo simbólico en persecución de personas reales. La historia lo muestra y la actualidad también. Washington DC está a la vuelta de la esquina.

Cecilia Denot

Politóloga, maestrando en Relaciones Internacionales.