La causa nacional

Sin mundiales de fútbol, y en un proceso de disputas políticas y religiosas en camino a ser irreconciliables, sólo un recurso natural y su conservación pueden unir a una sociedad entera.

Por Diego Mintz

Las idiosincracias de los argentinos y los israelíes tienen algunos pocos pero signifcativos puntos de contacto. Hay una suerte de tradición común, nacionalista y provinciana, de enorgullecerse por los grandes inventos que dio a la humanidad cada país, y de exhibirlos como grandes trofeos, sin importar si es cierta la procedencia reclamada, si existió o no el mismo desarrollo en otro lugar en simultáneo o si el ítem en cuestión tiene en rigor alguna utilidad o genera cualquier tipo de interés fuera del propio territorio. Es cierto que todos los países del mundo tienen algo por lo cual son conocidos globalmente y se enorgullecen en algún nivel, pero el “Dulce de leche, colectivo, birome” sale tan de memoria como “Bamba, Waze, riego por goteo”. Y es este último producto, o concepto, el que marca la gran diferencia entre los dos Estados. Aunque ambos son jóvenes, fueron construidos por inmigrantes y están inconvenientemente alejados de los focos del mundo, la relación de cada uno con el agua marca un fuerte desvío entre sus historias y sus destinos.

Argentina tiene infinitos lagos, termas, acuíferos, ríos y montañas que deshielan mucha más agua potable de la que el país puede consumir, y cuya existencia alimenta verosímiles teorías conspirativas sobre invasores extranjeros que desean llevársela. Cuando Israel fue fundado en 1948, más de la mitad de toda su agua potable provenía de una sola fuente, el lago Kineret.

Si bien su nombre y forma remiten a la palabra hebrea kinor (arpa), el consenso es que fue llamado como la ciudad que ocupó su extremo norte durante la Edad de Bronce. Globalmente es más conocido como Mar de Galilea, aquel sobre el cual Jesús caminó y multiplicó peces y panes, pero este término es por demás impreciso. No solo porque, por supuesto, su agua es dulce, sino que además desde ningún par de puntos de su perímetro es tan ancho como para prestar a confusión visualmente, como sí hace el Río de la Plata. Prácticamente en todo su perilago son visibles los picos nevados del Monte Hermón, el extremo sur de los Altos del Golán y la ciudad de Tiberíades.

Recién en 2005, cuando abrió en Ascalón la primera planta desalinizadora que inyecta agua potable desde el Mar Mediterráneo, la importancia real del Kineret dentro del complejo sistema hídrico israelí comenzó a atenuarse. Pero aún mantiene la misma importancia simbólica. 

El Kineret visto desde Tiberíades.

Hasta entonces, la altura de las aguas del Kineret se publicaba en los diarios junto al pronóstico del tiempo y al día de hoy todos los israelíes están pendientes de su estado. Si las aguas bajan más que 213 metros bajo el nivel del mar, el agua deja de ser apta para consumo humano por su alta salinidad, y bombear conlleva un riesgo ecológico para toda la Galilea. Si en cambio el agua supera la línea roja de los 209 metros bajo el nivel del mar, la ciudad de Tiberíades y los kibutz de alrededor corren serio riesgo de inundaciones. En un país altamente obsesionado con la conservación y consumo responsable del agua, es normal que al atestiguar cualquier tipo de desperdicio, como dejar una manguera abierta o lavar un auto, un israelí promedio increpe al autor de la ofensa al grito de “¿Qué pasa? ¿está muy alto el Kineret?”.

2020 ha sido un año especial para el sistema hídrico israelí y no por ninguna pandemia Debido a una temporada invernal más lluviosa de lo habitual,con inundaciones incluidas, hasta hace pocas semanas estuvo latente la posibilidad de que el Kineret llegue a su capacidad máxima.

En el extremo sur del lago se encuentra la represa de Degania, que lo separa del río Jordán, y toma su nombre por el primer kibutz, instalado ahí desde hace once décadas. La represa fue terminada en 1964 pero no fue hasta los 90 en que sus compuertas fueron completamente abiertas. La última vez, en 1995, el agua llegó a subir hasta 22 centímetros debajo de la línea roja. En aquella ocasión la apertura de compuertas fue apresurada y durante 9 días se desperdició agua potable.

Un Kineret lleno es una buena noticia para la región. Además de beneficiar a la flora y a la fauna, el mayor caudal mejora la salinidad y la calidad del agua. 

El Valle del Jordán, hoy en las portadas por su inminente posible anexación, sufrió una transformación radical del paisaje en los últimos 100 años. Pilar central de la agricultura e irrigación de la región, y fuente de agua potable, el río en el cual Jesús fue bautizado se convirtió también en destino para desechos israelíes, palestinos y jordanos por igual. En un siglo el Jordán perdió el 97% de su caudal y esto se nota al ver imágenes de turistas cristianos que peregrinan hasta sus orillas para imitar la experiencia de bautismo. Por momentos el agua a duras penas les supera las rodillas. 

El ecosistema y la moral israelí son los primeros beneficiados por un Kineret a punto de desbordar, pero hay un tercero, tal vez el más desesperado. El Jordán nace en el Antilíbano, a 2.800 metros sobre el nivel del mar, y muere, literalmente, cuando desemboca, 250 kilómetros al sur y a 400 metros bajo el nivel del mar, en el Mar Muerto. Muere literalmente porque el Mar Muerto, el punto más bajo del mundo, atracción turística y fuente incomparable de minerales, pierde un metro de área por año desde hace un siglo. 

El río Jordán y la represa de Degania.

El río Jordán y la represa de Degania.

Israel y Jordania firmaron hace más de una década un compromiso para evitar el colapso del Mar Muerto, pero las tensiones de los últimos años dilataron el comienzo de la iniciativa. Como el agua no llega naturalmente desde el norte, el plan es bombearla desde el Mar Rojo, 180 kilómetros al sur. Por ahora, la situación política no deja mucho margen.

La única compuerta de esperanza reciente la dio la última temporada de lluvias. En el norte de Israel, donde nace el Jordán y se sitúa el Kineret, las precipitaciones rompieron un récord de medio siglo apenas entrado enero. Febrero y marzo continuaron lluviosos y a comienzos de abril, cuando la cuarentena recién comenzaba, el país se ilusionaba con la apertura de la represa. Durante ese mes, el nivel del agua llegó a 21 centímetros de la línea roja de inundación, uno más arriba que en 1995. Las vacaciones de Pesaj, pico habitual del turismo en el Kineret, entregó un desolador e inédito paisaje de lago lleno y playas vacías. Los feriados sirvieron para cerrar las ciudades, cancelar todo el transporte público y prohibir las reuniones. Aceleraron exitosamente el pico de la pandemia, que también se vio ayudado por una ola de calor en mayo, a la cual siguió la última precipitación de la temporada, insuficiente para justificar la apertura de Degania. Por más que no haya habido medio israelí que no haya motivado a su audiencia durante cuatro meses con una posible bajada de aguas que llegue hasta el Mar Muerto, la primavera, la pandemia y la deprimente idea de rozar el objetivo sin tener la posibilidad de verlo en persona apresuraron la desaparición del tema de la conversación pública. 

Ningún año pasa en Israel sin dejar alguna historia que resalte y permanezca en la memoria colectiva. Constantemente esta sociedad busca temas en los cuales todos puedan tirar para el mismo lado. En lo primero no es muy distinto a la Argentina. Lo segundo, a lo sumo, es comparable sólo con épocas de mundial. La formación de un gobierno tras tres elecciones en once meses, las tres causas judiciales que enfrenta el primer ministro y el “Acuerdo del Siglo” propuesto por Trump no fueron suficiente para evitar que a diario cada medio especule con volver a abrir la compuerta hacia el Jordán. Hizo falta un evento de las proporciones del COVID-19 para evaporar de la agenda el nivel del Kineret tal cual lo hizo la ola de calor con el propio caudal del lago. Tal vez sea el próximo año, lluvias, conservación y mediciones hídricas colectivas mediantes.

Diego Mintz

Periodista y productor multimedia. Editor de noticias en KAN en Español, Radio Nacional de Israel. Fue coordinador de podcasts en Radio Nacional Argentina y comunicación digital del Teatro Colón de Buenos Aires. Actualmente vive en Jerusalén, Israel.