El general en su laberinto

Tras más de una década de mandato ininterrumpido, Benjamín Netanyahu e Israel enfrentan su mayor crisis política sin solución de continuidad a la vista. El disparador es todo lo desencadenado por el COVID-19, en especial la delicada situación económica, pero el caldo de cultivo de divisiones, cálculos y jugadas alimentado por años por el primer ministro precipitó los hechos y el mago tendrá que seguir hurgando en el fondo del sombrero en busca de nuevos trucos.

Por Diego Mintz

Desde hace dos semanas, las protestas frente a la residencia del mandatario y en las principales plazas del país se han hecho paisaje habitual, junto con docenas de detenidos en cada una de ellas. Aunque los reclamos son dispares, todos hacen énfasis en la incipiente crisis económica y en la situación procesal de Netanyahu, que testificará en enero por tres causas distintas de corrupción y abuso de confianza.

A mediados de marzo Israel cerró rápidamente sus fronteras y paralizó prácticamente toda la actividad en pos de combatir el Coronavirus, lo que le valió inicialmente elogios al gobierno por la rapidez y efectividad para abordar el problema. Netanyahu salía en TV varias veces por semana comunicando personalmente las nuevas directivas, razonablemente acatadas por el conjunto de la población. A fines de mayo la tasa de recuperados superaba ampliamente la de nuevos infectados, retomaron las clases y comercios y se formó el nuevo gobierno. Tras tres rounds en 11 meses, Bibi le ganó la pulseada a Gantz, quien se sumó a la coalición como primer ministro alterno y ministro de Defensa, pero perdió la mitad de las bancas que llegaron en su boleta, encolumnadas ahora detrás de Yair Lapid, jefe de la oposición.

No todo era color de rosa entonces. Del 4% de desempleo previo a la pandemia, entre despedidos y suspendidos sin goce de sueldo la cifra ya llegaba a 25%. A pesar de la pericia para contener al virus en esa instancia, nada se hizo para evitar un rebrote, una hipótesis que varios expertos manejaron desde el inicio. Al llegar junio la cifra de infectados volvió a crecer y al terminar ya superaba el pico de abril. Al momento de publicar estas líneas, la triplica.

Rápidamente lo que fue una comunicación efectiva con normativas concretas se convirtió en todo lo contrario.  Netanyahu lleva un mes anunciando un pago universal por única vez de NIS 750, unos US$ 220, cuya reglamentación y ejecución aún no están claras. La indiscreción generalizada provocó críticas desde el primer momento. Varios sectores se alzaron y se inició una campaña para donar este subsidio a los más necesitados. A eso siguieron un paro de 17 días de trabajadores sociales y amenazas de acciones similares por parte de enfermeros y conductores de autobuses.

De las pautas de convivencia claras se pasó a sucesivos pasos de comedia con anuncios sobre la apertura o cierre de gimnasios, playas y restaurantes que se desmintieron, confirmaron y desestimaron sucesivamente en pocas horas, varias veces por semana. De requerir la aprobación de la Knesset ante cada medida, mediante voto parlamentario se pasó a un modelo en donde el gabinete anuncia y un comité especial tiene siete días para confirmar o rechazar. Como esto último fue aún más caótico, la propia asamblea votará en los próximos días por otorgarle al ejecutivo todas las funciones en lo que al manejo de la pandemia se refiere hasta fin de año.

Curiosamente no fue este, sino un proyecto sin ninguna relación, el que comenzó a agitar las aguas. La propuesta para prohibir y penalizar las terapias de conversión de homosexuales clavó una lanza en medio de la coalición gobernante, formada por liberales, conservadores, seculares y ultraortodoxos. Si no fuera porque fue apañado por Meretz, el partido más a la izquierda del espectro actual, no sería descabellado pensar en una mano del propio Netanyahu a la hora de presentarlo. Es que, por primera vez, al primer ministro el tiempo lo apremia. Además de las causas en su contra, de las cuales sólo parece querer salvarse buscando más apoyo, ahora su tiempo como mandatario está contado por el arreglo que hizo con Gantz, a quien debe cederle el mandato en noviembre de 2021. Aunque ese pase de mando suene lejano y hasta improbable, Bibi tendrá que inventar algo nuevo para evitarlo, y un reordenamiento de la coalición, sin elecciones mediante, es una de las herramientas posibles. Después de tres elecciones con resultados similares y tablas, y ahora con la peor crisis económica desde los ochenta, ningún israelí tiene deseos de ir a las urnas. Salvo, claro, uno.

A través de trascendidos por terceros, luego convenientemente desmentidos por él mismo, Netanyahu dejó saber la posibilidad de la cuarta elección en noviembre.

En rigor, hay un mecanismo automático que podría dispararlo. Si la Knesset no aprueba un presupuesto para el 25 de agosto, el parlamento se disuelve solo y las elecciones serían inevitables. Netanyahu insiste con presentar un proyecto de presupuesto que sólo contemple los que queda del año, mientras Gantz, su aliado en la coalición, prefiere uno bianual.

Ni Netanyahu ni Gantz se esfuerzan en ocultar el matrimonio poco feliz que llevan adelante, pero esta semana tuvieron un improbable acercamiento que podría fortalecer la imagen de ambos, aunque sea temporalmente. 

La dupla de primeros ministros dio ayer una conferencia de prensa en conjunto desde el ministerio de Seguridad para informar sobre el incidente en la frontera con Líbano e instó a Nasrallah, líder de Hezbolá, “evitar jugar con fuego”. 

Ambos sentados juntos, hablando sobre temas de seguridad, retrotrae a los tiempos en que Bibi tenía el mismo cargo pero Benny era jefe del Estado Mayor Conjunto. No necesariamente tiempos más felices para nadie, pero de seguro más fáciles y promisorios para ambos.

El conflicto con Hezbolá, y por ende con Irán, va por el enésimo round y se alimenta exclusivamente de pequeñas acciones, nunca confirmadas ni desmentidas. Dos días atrás un drone israelí cayó, por desperfecto o derribado, del lado libanés. Una semana antes, un bombardeo estratégico israelí en suelo sirio mató a un oficial de Hezbolá. Según se especula, la represalia fue el intento de infiltración en suelo israelí de una célula de de Hezbolá. Las Fuerzas de Defensas Israelíes automáticamente reportaron el fracaso de esta iniciativa sin bajas ni heridos de su lado y se movilizaron por la línea azul.

Luego de dos meses de extrañas explosiones en instalaciones de desarrollo nuclear y refinerías iraníes, que Israel no se adjudica ni Irán denuncia, y las incursiones sobre Damasco, tan aisladas como de rutina, esta guerra fría pisó suelo israelí y retrotrae, también, a la segunda guerra del Líbano, de 2006, último enfrentamiento directo entre Israel y Hezbolá.

¿Puede servirle a la causa de “Bibi Eterno” unir al pueblo a través de conflictos bélicos? Nunca lo intentó hasta ahora, y no le han faltado oportunidades. Pero no sólo parece ser una mala idea por obvias razones humanas, estructurales y estratégicas; la última vez que Netanyahu apartó la conversación del COVID-19 y los problemas económicos, el resultado fue calamitoso. 

Parte de lo que se le achaca al premier del desmanejo repentino tiene que ver con su insistencia en avanzar todo lo posible con el “Acuerdo del Siglo” propuesto por Trump. Durante algunas semanas claves de la crisis, los discursos públicos de Netanyahu se enfocaron exclusivamente en anexionar el Valle del Jordán primero y una parte indefinida del Área C de Cisjordania después. Ante la posibilidad de no contar más con Trump en la Casa Blanca a partir de enero próximo, suena lógico intentar sacarle el jugo a la relación más carnal entre estos aliados en 72 años. Solo la real escala de la pandemia, en ambos países, pudo detener un proceso que parecía inevitable y cuyas consecuencias serían, de haberse llevado a cabo, igual de inciertas que ahora.

Aunque algunos de los planetas puedan alinearse en el mediano plazo -baja en números de contagios, recuperación de la economía o una coalición de gobierno más estable- Benjamín Netanyahu siempre tiene planes alternativos para salir de los laberintos. En todos los casos, estos siempre incluyen patear el tablero.

Diego Mintz

Periodista y productor multimedia. Editor de noticias en KAN en Español, Radio Nacional de Israel. Fue coordinador de podcasts en Radio Nacional Argentina y comunicación digital del Teatro Colón de Buenos Aires. Actualmente vive en Jerusalén, Israel.