En la actualidad, desde muchos espacios se piensa al sionismo como algo opuesto a los valores de izquierda. Gadi Fuks, sionista, socialista y ex soldado israelí, repasa historia, presente y experiencias personales para mostrar por qué eso no es así.
Por Gadi Fuks
En la historia del sionismo, la izquierda siempre tuvo peso. No a través de un socialismo marxista dado que, aunque éste tuvo su representación, nunca amenazó al laborismo, partido que supo dominar el movimiento de manera total durante muchos años. Los padres fundadores del Estado de Israel más bien hablaban de un socialismo constructivista, que en palabras del historiador israelí Zeev Sternhell consistía en “una variante local del socialismo nacionalista”, el cual no se basaba en la lucha de clases y la revolución proletaria, sino que entendía “la importancia del trabajador como condición principal para realizar el sionismo” y explicaba al mismo tiempo que el sionismo no podía existir “sin la cooperación entre las clases”.
Un ejemplo importante de esta corriente en la historia del sionismo lo componen los dirigentes fundacionales que quedaron eternizados en la memoria del movimiento en todas sus corrientes ideológicas, como David Ben-Gurión, Haim Arlozoroff, Isaac Katzenelson, Moshé Sharett y Levi Eshkol, entre otros.
Durante la época del Ishuv, es decir, durante el proceso que culminó en creación del Estado, y hasta el año 1977, la hegemonía de la izquierda sionista en Israel fue abrumadora. Fue tal el poder que gozó el laborismo que la forma del Estado fue la que quisieron ellos y nadie más. Pero como todo en la vida, a esa hegemonía le llegó su fin en 1977 a manos del derechista Likud y su líder Menájem Beguin, quien supo hacerle pagar a la izquierda sus desatenciones y errores. En 1992, el laborismo volvió al poder, pero no supo ya tener la misma influencia que en sus inicios y, para colmo, una incitación y una violencia política sin precedentes terminó con la vida del último gran líder que tuvo la izquierda sionista: Isaac Rabin.
Queda claro que el sionismo es, como cualquier otro movimiento político, una mixtura de ideas y creencias que se nuclean en la siguiente afirmación: Israel es el Estado para los judíos y de los judíos, y es legítimo que así sea. Después, cada uno podrá defender ese Estado de diferentes maneras, con diferentes argumentos, mensajes e ideas. Desde Nachman Sirkin, pasando por Aaron Gordon, Ber Borojov, Teodoro Herzl, Zeev Jabotinsky y terminando en los ya mencionados Katzenelson y Ben-Gurión, el sionismo aglutinó a diferentes ideologías en un mismo movimiento político que tenía como norte la creación del Estado judío.
Visto de esta manera ¿qué diferencia hay entre sionismo y peronismo o entre sionismo y comunismo? Podemos decir que ninguna, ya que los dos ejemplos mencionados son también movimientos políticos donde una multiplicidad de ideas y creencias se unen en el encuentro de algunos enunciados generales, logrando que convivan en un mismo movimiento ideológico ideas o creencias antagónicas.
Personalmente, yo suscribo a un sionismo de izquierda y progresista. Entiendo, ante todo, que la existencia de Israel es legítima. Llamar a su destrucción es un acto de antisemitismo y ante cualquier amenaza a su existencia tiene el derecho a defenderse. Cualquier crítica a sus políticas es legítima, siempre y cuando no consista en llamar al exterminio de los israelíes y la desaparición del Estado. Creo que las objeciones hacia el accionar del ejército son totalmente válidas, con la condición de que no caigan en paralelismos simplistas y disparatados del estilo “el ejército nazi israelí” o “la Gestapo judía”. No tengo el menor problema en reconocer la autodeterminación del pueblo palestino y denunciar los más de 50 años de ocupación, con sus consecuencias como la represión y abusos que se ejercen en los territorios.
Una de las experiencias más enriquecedoras e interesantes de cuando viví en Israel fueron los dos años de servicio militar. Serví como combatiente en la unidad de Nahal, en el batallón 932 y estuve la mayor parte del tiempo en la frontera norte con Líbano. Después, fui asignado a diferentes lugares dependiendo de la demanda del momento y tuve la oportunidad de conocer muchas realidades, algunas más fáciles de digerir que otras, pero todas me han dejado marcas.
A partir de esta experiencia, debo decir que no es cierta esa imagen que algunos sectores progresistas quieren proyectar del soldado israelí sediento de sangre palestina. No existe tal cosa como un plan sistemático del ejército según el cual hay que matar automáticamente palestinos de manera deliberada. Por ejemplo, en Hebrón, antes de ir al puesto o a una patrulla, nos recalcaban infinitas veces la delicadeza del lugar y que el disparar era el último recurso en caso de un ataque, en el cual se tenían que dar determinadas condiciones muy puntuales para poder abrir fuego. No voy a negar que hay diferencias en el trato a judíos y árabes, las hay y muy marcadas. Es innegable que existen abusos, muertes innecesarias y demás horrores, pero éstos no dejan de ser excepciones, no hay órdenes de ese tipo, no existen. Lo que sí quisiera decir es que, en mi opinión, eso es culpa de una clase política que no quiere resolver el conflicto: el ejército responde al interés del Estado y dado que hoy el interés no es resolver esta cuestión, las tragedias que se producen como consecuencia de la ocupación seguirán ocurriendo.
El soldado que está en el shetaj (en el campo) es un joven de 18 a 21 años y es el último culpable de la cadena. Yo tenía 24 años al momento de mi servicio, la mayoría de mis compañeros (muchos hoy buenos amigos) tenían 18 o 19 años, en casos excepcionales, 20. A esa edad en Argentina muchos jóvenes no tienen idea de lo que van a hacer de su vida, probablemente los israelíes tampoco la tengan, pero sí saben con seguridad que deben cumplir de servicio militar obligatorio: casi tres años para los varones (ahora hay proyectos para reducirlo) y dos años las mujeres. No es un capricho que el ejército sea obligatorio, no me alcanzaría este espacio para dar una clase de historia o de política internacional, pero Medio Oriente no es una tierra para los débiles o ilusos. Que exista el servicio obligatorio es directamente resultado de años de conflicto y amenazas hacia Israel que al día de hoy no desaparecieron. Por ejemplo, no hay prácticamente ningún israelí que no haya perdido un familiar, amigo o conocido en algún atentado o guerra, de hecho, yo mismo, en mis pocos años en el país, perdí a un compañero en el 2017: Ron Kukia, asesinado a cuchilladas en la ciudad de Arad con el fin de robarle el arma para poder llevar adelante un atentado aún más sangriento. Esa es la realidad en la que los israelíes se crían, esto mismo aplica a los jóvenes palestinos, una realidad de la cual no son responsables.
Indudablemente del lado palestino la realidad es aún más grave, pero permítanme decir que no todo lo que sucede en esos rincones es absoluta responsabilidad de Israel. Así como creo y crítico el accionar israelí, sostengo también que el liderazgo palestino deja mucho que desear.
A lo largo de mi servicio, siempre encontré de todo, pero una cosa que nunca encontré fue un comandante, oficial o general que me dijera: “Gadi, andá, metete en esta casa y matá a un palestino porque sí” o “Yala, Gadi, hoy hay que reventarle la cabeza a cuatro árabes”. Lo que sí encontré es la dura realidad de ser combatiente y fue más que nada una prueba personal de la cuál creo que salí todavía más sionista y a la vez más crítico de Israel. O podría decir, más realista.
Es por ello que hoy veo con preocupación el incremento de la violencia policial hacia los israelíes de origen etíope. También me alarma mucho la corrupción del gobierno actual, así como los comentarios racistas, la discriminación y la incitación hacia la población árabe por parte del mismo. Aceptar las fisuras que están, en la opinión del sionismo de izquierda, destruyendo poco a poco el Estado de Israel, no me quita lo sionista porque justamente lo hago desde mi mayor preocupación que es el bienestar y el futuro de Israel.
En este contexto, el hecho de que el Partido Laborista tenga casi nula representación en el parlamento y Meretz, una agrupación que está todavía más a la izquierda, esté también atravesando una crisis, hace todo aún más preocupante. Cuando más se necesita un sionismo progresista que luche por un Israel más justo, éste atraviesa la peor crisis de su historia. Esto debería disparar serías críticas hacia adentro y cambios en muchos sentidos. En otras palabras, es momento de encontrar respuestas que ayuden a recuperar el terreno perdido dado que las estrategias electorales de estos últimos años no sólo no lograron cambiar nada, sino que empeoraron aún más el escenario. Los sionistas de izquierda tenemos que superar el trauma de 1995 y descubrir nuevos horizontes y discursos, que mantengan la orientación progresista, inclusiva y dialoguista pero que al mismo tiempo respondan a las demandas del israelí promedio que, nos guste o no, se ha corrido hacia la derecha. Espero estemos a la altura del desafío.
Gadi Fuks
Boger de Hejalutz Lamerjav, estudiante de Historia.