Por Cecilia Denot
Tras la firma el pasado 15 de septiembre de acuerdos de normalización de relaciones diplomáticas entre Israel, por un lado, y los Emiratos Árabes Unidos (UAE) y Bahréin, por otro, conocidos como los Acuerdos de Abraham, abundaron los mensajes de celebración resaltando la historicidad del evento y sus ramificaciones. Sin embargo, hubo también quienes expresaron dudas sobre su carácter y relevancia en parte por rechazo a los líderes que los firmaron pero además por considerar que los acuerdos no son verdaderamente de paz porque se hicieron con dictaduras, no terminaron ninguna guerra y/o porque la paz se hace con los enemigos y dichos países no calificaban como tales dado que hace años Israel mantenía relaciones por debajo de la alfombra con ellos. A continuación, se intentará explicar por qué se considera que estas son lecturas erróneas de lo sucedido.
Históricamente los Estados petroleros del Golfo a) financiaron la causa nacionalista palestina y presionaron al resto de los países para que la abrazasen también y b) rechazaron la existencia de Israel y lo boicotearon en todos los ámbitos internacionales. Por ejemplo, el primer presidente de UAE, el Sheikh Zayed bin Sultan Al Nahyan, afirmó en 1973 que los “planes racistas del sionismo” estaban dirigidos “contra todos los países árabes” por lo cual todos ellos tenían “un papel y una responsabilidad de enfrentarse al enemigo israelí”. Además, Abu Dabi sistemáticamente negó la entrada al país a ciudadanos israelíes, incluso para eventos deportivos, cambiando esto último sólo tras una fuerte presión internacional. En cuanto a Bahréin, si bien abandonó en 2005 su boicot a Israel a cambio de un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos, es muy poco probable que aceptase normalizar relaciones sin el visto bueno de Arabia Saudita, quien sí ha tenido una postura históricamente muy dura contra Israel, especialmente tras la Guerra de los Seis Días. Asimismo, tanto Abu Dabi como Manama votaron a favor de la Resolución 3379 de la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1975 que calificaba al sionismo como una forma de racismo y discriminación racial.
Entonces, el hecho de que ahora estos países reconozcan a Israel (o persuadan a otros para que lo hagan) y les digan a sus pueblos que éste existe legítimamente y tiene derecho a hacerlo como Estado judío (algo que UAE ya incluyó en los libros escolares), no es poca cosa. El texto de los acuerdos incluso reconoce explícitamente a los judíos no sólo como un pueblo sino como un pueblo de Medio Oriente, algo que parecía imposible que un Estado árabe firmase hasta hace poco tiempo: se pasó de calificar al sionismo de racismo en los años 70 a legitimarlo en 2020. Pero, además, estos países van ahora a establecer vínculos con Israel ya no por debajo de la alfombra sino formales, a la vista de todo el mundo, y por tanto mucho más profundos, lo cual es un hecho sumamente significativo. Informalmente, los lazos que pueden establecerse entre países son muy limitados ¿cuál es el grado de integración que se puede generar cuando uno se relaciona a escondidas? no es posible que haya inversiones árabes en el sector tecnológico israelí bajo esas condiciones ni tampoco puede desarrollarse en ese contexto una relación de confianza para coordinar cuestiones de defensa. Es esperable además a partir de ahora que los países del Golfo dejen de votar contra Israel en los organismos internacionales y/o de proponer allí boicots y resoluciones en su contra. Insinuar que tras los acuerdos todo será prácticamente lo mismo con la diferencia de que ahora ya no se ocultará lo que antes sí es faltar a la verdad: al formalizarse los vínculos, éstos se multiplican en distintas áreas -económicos, culturales, sociales, de defensa, tecnológicos, diplomáticos- y también se vuelven más productivos.
Estos pueblos del Golfo van a poder conocer turistas israelíes y visitar Israel ellos mismos y sacarse así prejuicios al ver que no son los monstruos que por tanto tiempo les contaron que eran. Al mismo tiempo, en los Emiratos y Bahréin se volverán comunes los encuentros entre israelíes y judíos de todo el mundo con ciudadanos árabes de otras nacionalidades, como saudíes, kuwaitíes, etc. En lugar de una paz fría como aquella con Egipto y Jordania, hay razones aquí para imaginar una paz caliente con acercamiento entre los Estados, las fuerzas militares y diplomáticas, vínculos económicos y sociales no sólo con Israel sino con el mundo judío en general ¿cómo firmar un documento con el potencial de generar toda esta sinergia no va a significar firmar la paz?
Por otro lado, con estos acuerdos los israelíes rompen la estrategia iraní de arrimarse a las fronteras del Estado Judío desde otros países a través de proxies como Hezbollah sin arriesgar su propio territorio por la lejanía de Israel. Haciendo la paz con las naciones del Golfo, Jerusalén podrá coordinar con ellas cuestiones de defensa y abrirle así frentes a Irán cerca de su territorio tal como éste les hace todo el tiempo en Yemen, Siria y Líbano. Es decir, Israel podría contar con una base desde donde operar directamente contra Teherán, lo que se verá más claro con el afianzamiento de estas nuevas alianzas ¿cómo un hecho con el potencial de reconfigurar el juego de poder regional no va a ser histórico?
Otra idea que esbozan quienes le quitan importancia a estos acuerdos es mencionar que como no existía una guerra abierta entre Israel, UAE y Bahréin o dado que había vínculos informales entre ellos hace muchos años entonces no eran verdaderamente enemigos y por tanto la normalización de relaciones no es hacer la paz. Este argumento tiene varios problemas:
- Insinúa que la guerra es la única forma en que las naciones pueden estar en conflicto, algo que no tiene sentido. Por ejemplo, los Emiratos, desde que existen como Estado, financiaron generosamente la causa palestina, boicotearon a Israel en los organismos internacionales y además participaron del embargo petrolero de 1973 que apuntaba principalmente a disuadir a otros países de ayudar al Estado judío durante la guerra de Yom Kippur, una acción que cuadruplicó el precio del combustible en el mercado y perjudicó fuertemente a Washington y sus aliados, incluido por supuesto Israel. Entonces, si bien Abu Dabi no estaba en guerra con Jerusalén ¿realmente puede decirse que había ausencia de conflicto entre ellos?
- Sugiere que las relaciones bilaterales formales son iguales a los vínculos informales con la única diferencia de que pasan a estar a la vista, lo cual, como ya se explicó, no es así.
- Entre Israel y la Autoridad Palestina (distinto es el caso con Hamas) tampoco hay una guerra y también existen vínculos mutuos de inteligencia y cooperación en seguridad, por lo que aplicando el mismo criterio si ambos firman -ojalá pronto- la paz ¿tampoco sería paz? Es más, así tampoco le cabría el mote de “paz” al acuerdo firmado entre Israel y Jordania en 1994 dado que no puso fin a ninguna guerra y tuvo lugar entre dos países que llevaban años de acercamiento y cooperación contra el terrorismo de manera informal.
Muchas de las críticas tuvieron que ver también con el rechazo a los líderes protagonistas de los acuerdos y con el hecho de que éstos últimos tuviesen lugar sin primero resolver el conflicto con los palestinos. Es perfectamente entendible no simpatizar con Benjamín Netanyahu y Donald Trump y creer que usarán este acontecimiento con fines electorales y/o para desviar la atención de sus malos manejos de otras cuestiones, pero no por eso hay que bajarle el precio a lo firmado y/o ser incapaz de reconocer que la estrategia para Medio Oriente de Trump está dando mejores resultados que sus alternativas y que gracias a Netanyahu Israel es ahora un país mucho más influyente a nivel internacional. Por otro lado, establecer relaciones bilaterales es prerrogativa de los Estados ¿por qué se le exige a Israel que antes de establecer vínculos con cualquier otro país atienda el tema palestino? ¿por qué cada cosa que hace es desvalorizada o calificada de injusta por el hecho de no haber resuelto primero aquello otro? En ningún otro caso se cuestiona esa facultad: a Turquía nadie le exige resolver el tema kurdo antes de definir cualquier relación bilateral con otro país.
En todo caso, cabría reflexionar acerca de cuáles son las razones que motivan a UAE y Bahréin a dejar el tema palestino de lado. Podría decirse que estas giran alrededor de la fuerte reducción en los últimos años de los incentivos a invertir tiempo y recursos en dicha causa y a desaprovechar un gran aliado contra Irán como lo es Israel. Frente a, por un lado, la estrategia de Estados Unidos de apoyarse en sus aliados regionales para balancear amenazas y por tanto buscar que éstos coordinen esfuerzos para ello y, por otro, al peligro que representa para varios países de la región el ascenso iraní (y también el turco), los palestinos han perdido el apoyo activo de parte del mundo árabe y la normalización árabe-israelí se volvió una cuestión de tiempo. Además, como Washington busca reducir su presencia directa en Medio Oriente y por eso elige apoyarse en sus aliados, éstos saben que, si bien cuentan con apoyo americano, su defensa pasará cada vez más por su propia iniciativa. En este sentido, los acuerdos con Israel les podrían abrir a los emiratíes la puerta al mercado de armas americanas sofisticadas (aviones de combate F-35, drones Reaper y aviones EA-18G Growler) mientras que los bahreinís se asegurarían sistemas de defensa aérea de Estados Unidos. Asimismo, si bien el temor común a Irán es el principal impulsor del acercamiento entre Israel y el Golfo, la postura cada vez más agresiva de Turquía en Siria, Libia y el Mediterráneo Oriental es una razón adicional. De hecho, el apoyo de Egipto a los Acuerdos de Abraham se relaciona con el frente que Cairo ha formado junto a UAE, Grecia y Chipre para abordar la agresión turca al que podría sumarse Israel. Entonces, que las naciones del Golfo tengan una mayor capacidad militar es algo positivo para el Estado judío porque servirá para contener mejor a Irán y a Turquía, pero para ello Israel debe tener una relación de confianza tal con Abu Dabi que le permita saber que los F-35 no serán usados en su contra, algo imposible de construir sin estos acuerdos.
Como se ve, no todo gira alrededor de los palestinos. No se puede analizar absolutamente todo lo que ocurre en Medio Oriente en base a si afecta o no a los palestinos, a si resuelve o no el tema palestino o a qué es lo que piensan los palestinos, porque la reconfiguración de las relaciones regionales que está teniendo lugar no depende de esa única variable y al poner a las demás en un segundo plano no se alcanza a comprender por qué, a pesar del tema palestino, hoy Israel es para el Golfo más un aliado que un enemigo, sobre todo en relación a Irán y Turquía.
Por supuesto que lo central, lo más urgente, lo existencial para Israel, es llegar a un acuerdo con los palestinos. Mientras se firmaban los acuerdos en la Casa Blanca, Hamas comenzó a lanzar cohetes contra Israel como para que nadie se olvide de que había un conflicto que no se estaba resolviendo con esa firma. Pero esto no significa que normalizar las relaciones con los Emiratos y Bahréin no sea hacer la paz con esos países. Incluso quizás eventualmente esas normalizaciones puedan ayudar a acercarse a la meta principal: por muchos años se pensó que sin un previo acuerdo con los palestinos el mundo árabe no reconocería a Israel, pero ¿y si terminase ocurriendo al revés? ¿y si el reconocimiento de Israel por parte del mundo árabe llevase a ese anhelado acuerdo con los palestinos? quizás sean tiempos de dejar ciertos dogmas de lado: era perfectamente entendible hasta hace poco tiempo creer que sin un Estado Palestino independiente un país como Arabia Saudita no reconocería a Israel, pero todo indica que seguramente no será así y no resulta muy productivo enojarse con la realidad por producir hechos que no se condicen con lo que uno esperaba y elegir restarles importancia en lugar de reajustar el análisis. Además, si bien se consiguió la paz con algunos países árabes sin resolver antes el tema palestino, lo cual contradice un mantra histórico de izquierda, se logró a costa de que Israel se comprometiese a frenar anexiones de partes del West Bank, algo que atenta contra el dogma de ciertas derechas. Ningún sector ideológico puede adjudicarse estos acuerdos como un triunfo propio o utilizarlos para burlarse del contrario por “no haber tenido razón”.
Finalmente, hubo quienes también criticaron los acuerdos porque UAE y Bahréin son dictaduras y por tanto hablaría mal de Israel normalizar las relaciones con este tipo de regímenes. Esto es absolutamente ridículo no sólo porque prácticamente todo el mundo tiene relaciones con una multiplicidad de países gobernados por regímenes autoritarios de diversa índole, ya sean los del Golfo, Irán, China, Singapur o Cuba, los cuales también son miembros de las principales instituciones internacionales, sino también porque si sólo es deseable hacer acuerdos de paz con democracias liberales entonces Israel no debería hacer la paz con los palestinos. Además, resulta curioso que muchos que han defendido el acuerdo bilateral entre Estados Unidos y la dictadura iraní en materia nuclear de 2015, el cual profundizó justamente el acercamiento entre Israel y el Golfo, ahora pongan en tela de juicio hacer tratados de paz con Bahréin por ser éste una monarquía.
En síntesis, hay una serie de cosas que no son excluyentes y pueden ser verdaderas al mismo tiempo: a) Trump y Netanyahu dejan mucho que desear en muchas áreas, b) es urgente que Israel haga un plan de paz con los palestinos porque es el asunto que más lo amenaza en términos existenciales, c) la paz con los palestinos no es una precondición para que Israel haga la paz con otros pueblos, d) los gobiernos de UAE y Bahréin son opresivos y e) los acuerdos firmados entre éstos e Israel son de paz y son históricos y podrían cambiar la ecuación en Medio Oriente porque tienen el potencial de generar los vínculos y la confianza necesarios para una verdadera sinergia económica y social y una coordinación en materia de seguridad que podría llevar a que, por ejemplo, Israel tenga en el futuro cercano sistemas ofensivos y de inteligencia al lado de Irán. No parece que esto sea tan poca cosa.
Cecilia Denot
Politóloga, maestrando en Relaciones Internacionales.