Por Ezequiel Antebi Sacca
La preocupación por los aspectos políticos del judaísmo no es nueva: una mirada superficial al Tanaj demuestra que la política -entendida como la organización y gobierno de la sociedad- era un asunto de vital importancia para sus redactores. Incluso en épocas de supuesta “pasividad política” del pueblo judío, como la Edad Media, hubo desarrollos importantes tanto en la teoría como en la práctica política. Basta con pensar en los conflicos entre karaítas y judíos rabínicos y las distintas estrategias para lidiar con ese cisma en el seno del pueblo judío, o en las obras monumentales de Saadia Gaón o Maimónides.
Antes de entrar de lleno al tema, quisiera sugerir una definición tentativa del concepto de “teoría política judía” para evitar malentendidos: la “teoría política judía” es aplicar las fuentes judías a problemáticas políticas1 . En otras palabras, no es hacer una interpretación progresista, nacionalista, marxista o fascista (el lector puede elegir el ismo que más le guste, lo mismo da) de la historia judía o sus instituciones, sino interpretar los fenómenos políticos a la luz de las fuentes judías. En este sentido, el concepto fundamental a tratar es el Brit (pacto): el momento fundacional del pueblo judío es la epifanía en el Monte Sinaí, en el cual no solamente D-s se revela como el Creador del cielo y la tierra sino, fundamentalmente, como el D-s de la historia, el D-s de nuestros antepasados. En términos estrictos, la revelación es un acto en donde se establece un contrato entre D-s y el pueblo judío: un compromiso mutuo, en que cada parte detalla sus obligaciones y derechos. Para que el contrato sea válido, debe ser firmado sin ningún tipo de coerción, de manera libre y voluntaria2. Para quien haya estudiado con cierta profundidad los documentos legales de la antigua Mesopotamia, es evidente el paralelismo en la forma entre los pactos de vasallaje de la época y los pactos entre D-s y el pueblo judío en la Torá, pero también las diferencias profundas en el contenido.
Desde el punto de vista de la memoria del pueblo judío, la Torá no solamente es la “Constitución judía” sino que establece a la nación judía. En contraste con lo que nos dicta nuestro instinto moldeado por la cosmovisión occidental, no fue el pueblo judío el que escribió la Torá, sino que fue la Torá la que creó al pueblo judío. Para la memoria judía3, la ley crea a la nación, y no a la inversa. Es aquí donde la Halajá (ley judía) como concepto político cobra forma. Contra la concepción de la Halajá como “ritualista” o “cosa de religiosos”, el pensamiento judío siempre vio a la Halajá no sólo como un componente esencial de la identidad judía, sino también como la propia definición de la misma4.
La Torá insiste desde el principio en la igualdad inherente a todos los seres humanos, sin distinción de género, nacionalidad o religión. En evidente contraste con la cosmovisión predominante en la época, todo ser humano (y no solamente el rey) es creado a imagen y semejanza divina. A diferencia de la concepción imperialista que intenta achatar toda diferencia en pos de una identidad única para toda la humanidad (o peor aún, la concepción griega del “bárbaro”, que es meramente un subhumano, un no-hombre), el judaísmo concibe una humanidad que surge de un solo ser humano pero que se divide en distintas culturas y nacionalidades. 70 caras tiene la Torá, como 70 naciones hay en el mundo.
El ideal de una sociedad horizontal, no basada en la fuerza sino en el consentimiento de una ley común, necesita de líderes dignos. No es casualidad que la Torá presente a Moisés como el hombre más humilde en la faz de la Tierra. El verdadero líder es vulnerable, y precisamente en su vulnerabilidad radica su fortaleza. En la concepción judía, el dominio de la espada no solamente está destinado a caer (“Juzgará entre las naciones, y reprochará a muchos pueblos; forjarán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en podaderas; no alzará nación contra nación la espada, ni se adiestrarán más para la guerra”), sino que es un dominio espurio. La soberanía está atada a la Halajá, y no a la fuerza. Por supuesto, es innegable que vivimos en un mundo imperfecto y a veces es necesario hacer la guerra, pero la concepción darwinista de la “ley del más fuerte” o “Might is right”, es antitética al judaísmo. No es el soberano el que crea la ley, sino la ley la que crea al soberano.
En tiempos en que las democracias liberales se ven amenazadas por el avance de gobiernos autoritarios, las manipulaciones mediáticas están a la orden del día, los derechos humanos se ponen en entredicho y las instituciones políticas de Occidente parecen entrar en decadencia, no está demás repasar nuestras propias fuentes para buscar inspiración y replantearnos el ordenamiento político de la sociedad.
¹ Esta idea utilizó Rab Joseph Soloveitchik para abrir magistralmente las puertas a un nuevo tipo de nuevo filosofía judía: “Out of the sources of Halakha, a new world view awaits formulation”. Joseph Soloveitchik, The Halakhic Mind– An Essay on Jewish Tradition and Modern Thought (New York: Seth Press, 1986), 85-102.
² Véase Talmud Bablí, Shabbat 88a.
³ Yosef Hayim Yerushalmi, Zakhor – Jewish History and Jewish Memory (Seattle: University of Washington Press, 1982).
⁴ En este punto, Baruj Spinoza (no precisamente un amante del pueblo judío en general ni de la Halajá en particular) fue bastante más perspicaz que muchos pensadores judíos modernos. Lamentablemente, Spinoza confundió la autoridad de la Halajá con la del antiguo Estado hebreo, lo que le llevó a pensar que, una vez caído el Estado hebreo, la Halajá era un fósil sin autoridad política.
Ezequiel Antebi Sacca
Economista (UBA). Maskil coturizado.